terça-feira, 12 de abril de 2011

¿Hacemos tabla rasa del pasado?*

"Firmar un libro es algo que parece natural. El lector va a poner una etiqueta, el debutante podrá hacerse 'un nombre', el editor disfrutará de la notoriedad del autor que ha publicado ya, y de todos modos, dentro de la moral individualista-burguesa del Occidente, cada qual debe asumir la responsabilidad 'privada' de lo que ha escrito. 'Hacer honor a la propria firma'; esta regla elemental del comercio funciona también para los intelectuales...
Como si un texto, éste por ejemplo, se lo debiera todo a su autor y nada a los demás. Como si las informaciones reunidas aquí, los análisis, los temas hubieron surgido en el espléndido aislamiento del cerebro de un individuo. El autor no es más que un enlace, la escritura no es más que un reflejo. Un texto, y eso es lo que el presente se propone, puede ayudar a plantear los problemas, a hacerlos madurar. Pero sus informaciones, sus análisis, sus temas no han podido ser formulados y despejados por su autor sino porque ya circulaban en estado latente, porque ya existián en la conciencia colectiva de manera difusa, porque estaban producidos por una práctica social; en el caso presente por la crisis del saber histórico, tanto entre los productores como entre los consumidores de ese saber. Si la historia es realmente una referencia activa y colectiva al pasado, la reflexión sobre la historia no puede ser sino activa y colectiva también; las contribuciones individuales sólo cuentan en la medida en que se insertan en esta relación activa y colectiva, para mejor formularla, para dárle más fuerza.
Una firma, de todos modos, es un hecho individual. Es la aflición a destacarse; no hay sino ver la agitación febril de la inmensa mayoría de los autores cuando se trata de corregir las pruebas, de firmar el servicio de prensa, de pasar revista a las reseñas que se les han consagrado, esto sin hablar de sus derechos de autor. Gusta afirmarse, llamar la atención sobre uno mismo, porque es lo que cuenta en el juego social del occidente capitalista. Gusta pavonearse sobre la cubierta de un libro, aunque no siempre sea con los dedos del pie abiertos en abanico... Contra este exhibicionismo no siempre franco ni asumido, ¿no és el seudónimo el remedio más sencillo? ¿O la firma colectiva, o incluso el anonimato? Marx no había firmado El manifesto comunista, que siegue siendo su 'mejor texto' (como se dice entre los críticos cultos), porque estaba convencido de no ser más que un enlace y un reflejo; pensaba que estaba ayudando a los obreros revolucionarios de la Liga de los Justos a deducir sus análisis y perspectivas, y nada más. Los jóvenes intelectuales que fundaron el Partido Comunista Chino, en los años veinte i los años treinta, utilizaban sistemáticamente el seudónimo, no tanto por precaución contra la policía como por antídoto de la valorización del individuo. Se han contado 53 seudónimos diferentes de Qu Qiubai, crítico literario que fue en un momento secretario general del PCC y asesinado por el Guomindang en 1933. Los científicos radicales de la revista Impascience practican de manera sistemática el anonimato: ningún artículo va firmado.
Además, la firma es un elemento de valorización mundana y publicitaria en la sociedad del espectáculo. La literatura política tiene sus estrellas, y todos pretenden ter haber lido el último Marcuse o el último Althusser. Cuando se dispone de este punto de referencia, es fácil hablar sobre un libro que no se ha leído sino superficialmente, o que no se ha leído en absoluto. Pero si es un libro sin embalaje publicitario individualizado, no se harán juicios sobre lo que dice, no se mencionará siquiera, más que en el caso de haberlo leído efectivamente por sí mismo."

(*) ¿Hacemos tabla rasa del pasado? - Jean Chesneaux (pp 17-19)

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